Domingo
XI Tiempo Ordinario
14
junio 2015
Evangelio de Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
El reino de Dios se parece a un
hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de
mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va
produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después
el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la
siega.
Dijo también:
¿Con qué podemos comparar el reino
de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la
tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las
demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y
anidar en ellas.
Con muchas
parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se
lo exponía en parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
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SOMOS VIDA EN UNA APARIENCIA PARTICULAR
El evangelio de
Marcos no recoge muchas parábolas. De su lectura, se desprende que el autor
pareciera mostrar a Jesús como aquel que enseña haciendo. Por eso
insiste más en los relatos de milagros y apenas contiene “discursos” del
Maestro.
En total, sumando
incluso aquellas más breves, en este evangelio encontramos nueve parábolas,
de las cuales solo dos son exclusivas suyas. Y las cuatro más relevantes
aparecen recogidas en el capítulo 4, al que pertenecen las dos que comentamos
hoy.
En ellas, Jesús
insiste en el dinamismo de la semilla que, a pesar de los pesares y de
las apariencias, hace que la planta salga adelante, superando todas las
expectativas.
La certeza en el
dinamismo interno de todo es lo que puede explicar la serena pero firme confianza
que atraviesa todas las parábolas y, más ampliamente, todo el mensaje de
Jesús.
La mente establece
separaciones sin cesar, hasta el punto de hacernos creer que la realidad es una
suma de objetos netamente compartimentados. Y rápidamente se lanza a la carrera
de diseccionar, analizar e incluso definir –de forma “clara y distinta”- todo
lo que alcanza a percibir.
Sin embargo, basta
tomar un poco de distancia de la mente, para caer en la cuenta del engaño. Lo
cierto es que no existe nada separado de nada. Y que la infinita
variedad de “objetos” que nuestra mente cataloga como separados no son sino
“formas” de la realidad una.
Por más que
nuestra mente se rebele, lo cierto es que el dinamismo de la semilla no
es diferente del sembrador de la misma. El Origen de todo es también
la fuerza de todo. Aquello que –como dice preciosamente Mónica Cavallé- “vive en nosotros, respira en
nuestra respiración y pulsa en el rítmico fluir de nuestra sangre; aquello que
ríe cuando reímos y danza cuando danzamos; lo que arde en nuestra ira y en
nuestro deseo. Lo que mira por nuestros ojos, piensa en nuestro pensamiento y
nos inspira palabras cuando hablamos. El vigor que late en la semilla…, la
inteligencia ilimitada e insondable que todo lo rige y en todo se manifiesta”.
La
Vida que nos constituye –lo que las religiones han nombrado como “Dios”- es, a
la vez, nuestra identidad, nuestra fuente
y nuestra fuerza.
Solo necesitamos reconocerla y entregarnos a ella.
Solo necesitamos reconocerla y entregarnos a ella.
La
sabiduría –y la plenitud- consiste en no olvidar jamás que somos la Vida y
vivirnos desde esa certeza.
El cuerpo, la mente, los sentimientos, las emociones, las reacciones, las circunstancias… son solo la apariencia, el “disfraz” que la Vida ha asumido momentáneamente.
La realidad es solo aquello que no puede morir jamás.
El cuerpo, la mente, los sentimientos, las emociones, las reacciones, las circunstancias… son solo la apariencia, el “disfraz” que la Vida ha asumido momentáneamente.
La realidad es solo aquello que no puede morir jamás.
Abrazos sostenidos y feliz domingo.
Roma
<Si tuviéramos fe como un grano de mostaza, suficiente para ocurrir milagros de parte de Dios, a el sea la gloria.
ResponderEliminarUn saludo desde mi blog
www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com