Tercera
reflexión
“El que ama a su hermano permanece en la luz y no hay
nada en él para hacerlo tropezar” Jn 2,10
Tendremos que
reconocerlo. El gran problema que tenemos los humanos hoy es, en general,
nuestra incapacidad de amarnos. Digámoslo claro. Mirando la realidad, nos
cuesta amarnos a nosotros mismos (condición básica para amar a los demás) y, en
consecuencia, nos cuesta amar a los demás. Así nos luce el pelo.
No, ahora no
achaquemos a los políticos aquello que depende de uno mismo. Basta ya de
demonizara los otros para esconder o tratar de justificar nuestra falta de
capacidad de crecer por dentro. (Por fuera ya se encarga la vida misma). Por
dentro anda nuestra mente, andan nuestros afectos, anda nuestro corazón…
¿Sanos? Pues yo diría que relativamente. Parece como si nuestra opción fuera
vivir en la oscuridad y hacer todo lo
posible por no buscar la luz. La luz que realmente es capaz de iluminar y dar
sentido, que nos envuelve para conducirnos a una mayor plenitud…
Al psiquiatra Luis Rojas
se le preguntaba en una entrevista ¿qué tiene más pachucho el ser humano
actual, el corazón o el cerebro? A lo que él contesta: “La mente. Todavía arrastramos
ideas antiguas: por ejemplo, mucha gente piensa que el mundo es un desastre,
que los jóvenes están perdidos, que los ancianos no sirven para nada… Y la
realidad no es ésa. Cada día vivimos más y mejor pero nos quejamos más. Las
emociones están bien, pero lo que nos falla todavía son los lamentos”. Y lo creo. Porque quien vive en la
oscuridad solamente “cierto consuelo” en los lamentos, en las críticas
destructivas, en buscar fuera de uno mismo las culpas del propio vacío
existencial.
El filósofo Martín Buber
afirma “el hecho fundamental de la existencia humana no es ni el individuo en
cuanto tal ni la colectividad en cuanto tal. Ambas cosas, consideradas en sí
mismas, no pasan de ser formidables abstracciones. El individuo es un hecho de
la existencia en la medida en que entra en relaciones vivas con otros
individuos; la colectividad es un hecho de la existencia en la medida en que se
edifica con vivas unidades de relación. El hecho fundamental de la existencia
es el hombre con el hombre” (“¿Qué
es el hombre?”, pág. 146). Digámoslo claramente, nuestro sistema de relaciones,
nuestra capacidad de confiar en…, nuestro deseos de ser sinceros y mostrarnos
tal como somos… anda un poco alocado. ¿O no? Tenemos, todos, demasiadas zonas
de oscuridad encerradas en la caja fuerte de nuestro interior.
¿Luz? ¿Oscuridad?
Mientras no seamos capaces
de trabajarnos buscando equilibrio, ayuda (no sólo autoayuda), yendo más allá de lo que nuestros ojos pueden
ver, siendo capaces de ir más allá de nuestra hepidermis… mal lo tendremos. Seguiremos encerrados en la cárcel de nuestra propia oscuridad.
Para mí, cada vez creo más
en la importancia de vivir en actitud de cambio, de crecimiento… de evolución. Por
eso creo que deberíamos cuidar con
especial atención:
1) La reconciliación consigo
mismo: mi
realidad se define por lo que soy y quiero ser, y mi ideal adquiere validez en
la medida que se apoya en lo que soy. En este sentido:
-
Si no soy capaz de valorarme a mí mismo en mi realidad actual no puedo
continuar exigiéndome grandes avances en el IDEAL. La autoestima es el motor
del crecimiento y del cambio.
-
Nadie tiene derecho a pedirme que sea diferente a como soy si no puede
demostrarme que me quiere tal como soy. Sólo quienes me aceptan y me aprecian
pueden ayudarme a dar nuevos pasos, a cambiar.
-
Cada paso que doy en mi crecimiento, en mi cambio… supone que las etapas anteriores aparezcan
como llenas de errores y equivocaciones. Es inevitable que sea así, porque
cambiar significa tener más información y más habilidades para hacer frente a
las dificultades.
-
Tengo que asumir mi cuerpo, mi familia, mi pueblo, mi historia como
condicionantes básicos de mi identidad, que me abren a nuevas posibilidades
pero que, al mismo tiempo, marcan hasta cierto punto, el camino y el ritmo de
crecimiento y cambio.
-
No puedo negar nada de lo que he vivido. Todo lo que he sentido, vivido
y hecho forma parte de mi vida. Y mi vida, en su conjunto, es buena.
-
No puedo juzgar mi pasado desde el presente. No sería justo. Las
posibilidades de hoy no son las de entonces.
-
Mi historia es una historia abierta al futuro y adquiere sentido desde
el proyecto de mi vida no desde el victimismo ni de la añoranza del pasado.
2)
La reconciliación con los
demás:
sabiendo que la transparencia en la relación no está reñida con el respeto y
con la prudencia en la relación. Desde ahí:
- Perdón y comprensión de las realidades ajenas. La comunidad cambia si la
convivencia está basada en el mutuo perdón.
-
Estar dispuesto a compartir… percepciones, ideas, sentimientos,
actividades, misión… con la firme convicción de que construimos juntos. Para
ello:
·
discernir juntos.
·
Tomar decisiones compartidas.
·
Voluntad de resolver los conflictos que surjan.
·
Evaluar, de verdad, proyectos.
-
Reforzar a las demás valorando los aspectos positivos y mostrando cómo
podría mejorar algunos aspectos de su comportamiento.
-
No somos culpables de los sentimientos de envidia, rivalidad,
hostilidad… que surgen en las relaciones pero debemos trabajarlos.
-
Los conflictos son buenos porque nos permiten mejorarnos si…
·
No culpabilizamos.
·
Somos capaces de ser objetivos.
·
Reconocemos las diferencias y valoramos lo que cada una tiene.
3)
La reconciliación con
Dios:
significa la búsqueda del proyecto de mi vida en la oración y el diálogo con
los demás.
- Las ambigüedades respecto a la imagen de Dios dificultan el diálogo con
Dios y el desarrollo de nuestra propia identidad como consagrados.
- La opción por un sentido religioso de la vida sólo es posible a partir
de personas reconciliadas con Dios.
- Dios me cambia sólo en la medida que le deje ser “Señor de mi vida”. Me
reconcilio con Él en la medida que le dejo abierta la puerta de mi corazón y
permito que sea Él quien guíe mi camino.
Sin olvidar la realidad
doliente que nos rodea, quiero apostar y te invito a ti hacerlo también por
intentar vivir nuestro ser con verdadero espíritu de búsqueda, de
discernimiento y de cambio. Seguro que ello nos ayudará a seguir creciendo y a
intensificar nuestro compromiso en favor de quienes sufren. A pasar de la
oscuridad a la LUZ.
Las palabras de Teilhard
de Chardin: “Vive feliz, te lo suplico. Piensa que estás en las manos de Dios,
tanto más fuertemente agarrado cuanto más decaído y triste te encuentres. Vive
en paz. Haz que brote, y conserva siempre en tu rostro, una dulce sonrisa,
reflejo de la que el Señor continuamente te dirige. Y en el fondo de tu alma
coloca, antes de nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo
aquello que te llene de la paz de Dios. Cuando te sientas apesadumbrado y
triste, adora y confía”.
La vida es cambio y nos
cambia. Lo hace interior y exteriormente. La incapacidad para renovar nuestras
opciones básicas nos conducen necesariamente a una crisis existencial y a un
replanteamiento constante del sentido de nuestra vida.
Sólo desde un cuidado
(crecimiento) de la espiritualidad, desde una verdadera reconciliación, un
adecuado acompañamiento… es posible vivir plenamente y, por tanto ser felices
(que es lo que Dios quiere para cada uno de nosotros).
Es lo que yo pienso. ¿Y tú?
Feliz día, feliz reflexión
H. Rafa Matas
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