Es sábado, tiempo para prepararnos por dentro. No desaprovechemos nuestro descanso, nuestra ruptura laboral... sin buscar un minuto de sosiego, de paz, de reflexión y ojalá que de oración pero eso ya... cada uno verá. Me conformo con leas un minuto el comentario de Enrique como cada semana.
De lepra, de compasión... va la cosa. No nos viene nada mal en los tiempos que corremos, al menos a mí.
De lepra, de compasión... va la cosa. No nos viene nada mal en los tiempos que corremos, al menos a mí.
Evangelio de
Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo se acercó a Jesús un
leproso, suplicándole de rodillas:
- Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo compasión, extendió la mano y
lo tocó diciendo:
- Quiero: queda limpio.
La lepra se le quitó inmediatamente y
quedó limpio.
- No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a
presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
Pero cuando se fue, empezó a divulgar
el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar
abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así
acudían a él de todas partes.
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LA COMPASIÓN POR ENCIMA DE LA LEY
Quien padecía de “lepra” sufría, además, la condena
religiosa –según la doctrina oficial, no podía tener ningún acceso a Dios-
y la más estricta marginación social.
Los humanos siempre tratamos de echar lejos
aquello que tememos; los leprosos eran expulsados de la sociedad, vivían en
grupos apartados, con la prohibición estricta de acercarse a las personas
sanas. Igualmente, caía en la impureza quien se acercaba a ellos y se atrevía a
tocarlos.
Por eso, la reacción de Jesús es insólita.
Cualquier judío –mucho más, el más piadoso- se hubiera echado atrás. Jesús, por
el contrario, se conmueve y, a pesar de quebrantar la Ley e incurrir en impureza
legal, lo toca.
En el relato, la figura del leproso –no
tiene nombre- aparece como el prototipo de toda marginación y
representa a todos los marginados de Galilea. Si esto es así, la narración nos
hace ver a Jesús frente a los excluidos de su pueblo, que se sienten
indignos y humillados (“de rodillas”).
Ante esa situación, Jesús experimenta
compasión que hace brotar en él una respuesta amorosa que, naciendo de sus
entrañas y venciendo las normas rituales, se transforma en una palabra eficaz
que devuelve a la vida al hombre enfermo y marginado.
Entre líneas, el autor del evangelio nos
dice más: la Ley
no expresa la voluntad de Dios. La
Ley amenazaba con la impureza a quien osara tocar a un
leproso; los hechos demuestran que ocurre más bien lo contrario: el contacto lo
deja limpio y purificado.
Jesús despide al hombre con un doble encargo: presentarse al sacerdote –que era quien, según la legislación mosaica, debía otorgarle el acta de curación que le permitía la integración a la vida social- y no decirle a nadie lo que había ocurrido. Esta segunda exigencia, imposible de cumplir, se entiende en el contexto del llamado “secreto mesiánico” del evangelio de Marcos: con ese artificio literario, el evangelista intentaría mantener el “suspense” acerca del mesianismo de Jesús cuyo significado se revelaría, finalmente, en la cruz.
En
cierto sentido, podría decirse que toda la sabiduría y, más ampliamente, el
modo de situarnos en la vida se resume y cifra en una sola actitud: la compasión,
hacia uno mismo y hacia los demás.
La
compasión constituye el núcleo de todas las grandes tradiciones de sabiduría,
así como el corazón de la llamada “regla de oro”: “Trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti”. Y
en ella puede resumirse toda la sabiduría porque, como reconoce el Popol-Vuh, o Libro del Consejo, de los mayas,
“cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene
corazón. Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca”.
abrazos sostenidos y feliz y compasivo fin de semana
La Tortuga
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