Hemos tenido cambio del Párroco y sus dos Vicarios. El nuevo no ha llegado todavía
pero sí su Vicario. A raíz de todo esto he dialogado sobre el papel de los
sacerdotes en la Iglesia haitiana, su sentido pastoral, su liderazgo… A raíz de
ese diálogo me ha surgido la siguiente la pregunta: ¿Qué pasaría si los sacerdotes fueran realmente líderes pastorales y no
otra cosa? Por lo visto el Obispo de nuestra Diócesis tiene el problema de “no
saber que hacer” con tanto cura joven… muy fuerte ¿no?
Lo
sabemos. Hay muchas clases de liderazgo. Todo grupo humano, por progre que
sienta, necesita configurarse en torno a un líder que, de una u otra manera,
cohesione la vida del grupo. Ocurre en todos los campos: político, social,
económico, deportivo, religioso… y cuando en un grupo se carece de liderazgo
está expuesto, como mínimo, a su propia extinción.
A
lo largo de la historia es indiscutible el liderazgo de la Iglesia Católica.
Ella, por medio de sus representantes del momento, líderes en su propio
territorio, han ejercido una influencia sobre el conjunto de las personas, de
la sociedad, de la cultura, de la economía… a partir de la interpretación en cada
momento de lo que podríamos llamar “normas y valores” a cuidar, a educar e
incluso “imponer”.
Unas
veces para bien y otras para mal. Unas con acierto y otras desacertadamente. A
veces propiciando vida y otras, muerte. Aún así tengo la percepción que la Iglesia
Católica es de las pocas instituciones, por no decir la única, que ha sido
capaz no únicamente de reconocer errores sino también de pedir perdón
consciente de que muchas veces dejamos “enfriar
el primer amor” Ap. 2,4. Ha costado años, siglos… pero lo ha hecho y lo sigue haciendo. Y os
aseguro que no siempre es fácil. En este sentido la actitud de los dos últimos
papas, “líderes” en el reconocimiento del propio pecado, es encomiable.
¿Qué nos ha
ocurrido?
Desde
mi punto de vista, nos hemos dejado llevar por aquello que no es de Dios: hemos
optado por preciosos ropajes, por ricos enseres de oro y plata, por el poder en
lugar del servicio, nos hemos apartado de los preferidos de Dios, disfrutando
de liturgias aparentes nos hemos convertido en centro olvidando que la “gloria
de Dios es que el hombre viva”, hemos pactado con el poder para sobrevivir
cómodamente, hemos apartado nuestro vocación profética para acomodarnos a lo
fácil, hemos determinado normas esclavizantes, conductas deshumanizantes…
olvidándonos del poder liberador y sanador de la Palabra de Dios… hemos sido
más bien “tibios” y ya lo sabemos: “Conozco
tus obras y no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero
eres sólo tibio; ni caliente ni frío. Por eso voy a vomitarte de mi boca”
Ap. 3,15-16 Y eso es culpa de los líderes pero también de cada uno de nosotros,
consecuencias de nuestras opciones erróneas.
¿Todos?
Todos
no. Sin duda la Iglesia se ha visto y se ve jalonada a lo largo de toda su
historia por personas que se han sentido llamadas a la salvación, personas
normales y corrientes que se han dejado purificar por la “sangre del Cordero”, “gentes de toda nación, raza, pueblo y
lengua; estaban de pie ante el torno y ante el Cordero. Vestían de blanco,
llevaban palmas en las manos” Ap 7,9. Y aquí está el testimonio de tantos
santos, conocidos y anónimos… también de alguno “líderes”. Personas que
supieron mantener la fe cuando los que les rodeaban la perdían y buscaban fuera
de Dios. Personas muchas veces incomprendidas, injustamente acusadas y
juzgadas; víctimas de la murmuración, los celos y la envidia. Personas que
descubrieron a Jesús como al verdadero tesoro y apostaron fielmente por
seguirle. Personas supieron servir humildemente
a sus hermanos especialmente los más vulnerables de cada época, raza y
lugar. Líderes por su santidad, unos
los recordamos por ser santos de madera policromada, otros desconocidos por
selo de la cotidianidad. Todos dignos de recibir la corona de victoria sin fin porque
el Señor les dice “conozco tus obras, y
he abierto una puerta ante ti que nadie puede cerrar. Ya sé que tienes poco
poder, pero pusiste en práctica mi palabra y no renegaste de mí” Ap 3,7.
¿Y
los santos de Haití?
En
fin…
Abrazos
sostenidos y felicidad en vuestro ser líderes, auqnue sea de uno mismo.
La
Tortuga
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