miércoles, 11 de febrero de 2015

COSA MÍAS

Hemos tenido cambio del Párroco y sus dos Vicarios. El nuevo no ha llegado todavía pero sí su Vicario. A raíz de todo esto he dialogado sobre el papel de los sacerdotes en la Iglesia haitiana, su sentido pastoral, su liderazgo… A raíz de ese diálogo me ha surgido la siguiente la pregunta: ¿Qué pasaría si los sacerdotes fueran realmente líderes pastorales y no otra cosa? Por lo visto el Obispo de nuestra Diócesis tiene el problema de “no saber que hacer” con tanto cura joven… muy fuerte ¿no?

Lo sabemos. Hay muchas clases de liderazgo. Todo grupo humano, por progre que sienta, necesita configurarse en torno a un líder que, de una u otra manera, cohesione la vida del grupo. Ocurre en todos los campos: político, social, económico, deportivo, religioso… y cuando en un grupo se carece de liderazgo está expuesto, como mínimo, a su propia extinción.

A lo largo de la historia es indiscutible el liderazgo de la Iglesia Católica. Ella, por medio de sus representantes del momento, líderes en su propio territorio, han ejercido una influencia sobre el conjunto de las personas, de la sociedad, de la cultura, de la economía… a partir de la interpretación en cada momento de lo que podríamos llamar “normas y valores” a cuidar, a educar e incluso “imponer”.

Unas veces para bien y otras para mal. Unas con acierto y otras desacertadamente. A veces propiciando vida y otras, muerte. Aún así tengo la percepción que la Iglesia Católica es de las pocas instituciones, por no decir la única, que ha sido capaz no únicamente de reconocer errores sino también de pedir perdón consciente de que muchas veces dejamos “enfriar el primer amor” Ap. 2,4. Ha costado años, siglos…  pero lo ha hecho y lo sigue haciendo. Y os aseguro que no siempre es fácil. En este sentido la actitud de los dos últimos papas, “líderes” en el reconocimiento del propio pecado, es encomiable.




¿Qué nos ha ocurrido?
Desde mi punto de vista, nos hemos dejado llevar por aquello que no es de Dios: hemos optado por preciosos ropajes, por ricos enseres de oro y plata, por el poder en lugar del servicio, nos hemos apartado de los preferidos de Dios, disfrutando de liturgias aparentes nos hemos convertido en centro olvidando que la “gloria de Dios es que el hombre viva”, hemos pactado con el poder para sobrevivir cómodamente, hemos apartado nuestro vocación profética para acomodarnos a lo fácil, hemos determinado normas esclavizantes, conductas deshumanizantes… olvidándonos del poder liberador y sanador de la Palabra de Dios… hemos sido más bien “tibios” y ya lo sabemos: “Conozco tus obras y no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero eres sólo tibio; ni caliente ni frío. Por eso voy a vomitarte de mi boca” Ap. 3,15-16 Y eso es culpa de los líderes pero también de cada uno de nosotros, consecuencias de nuestras opciones erróneas.

¿Todos?
Todos no. Sin duda la Iglesia se ha visto y se ve jalonada a lo largo de toda su historia por personas que se han sentido llamadas a la salvación, personas normales y corrientes que se han dejado purificar por la “sangre del Cordero”, “gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua; estaban de pie ante el torno y ante el Cordero. Vestían de blanco, llevaban palmas en las manos” Ap 7,9. Y aquí está el testimonio de tantos santos, conocidos y anónimos… también de alguno “líderes”. Personas que supieron mantener la fe cuando los que les rodeaban la perdían y buscaban fuera de Dios. Personas muchas veces incomprendidas, injustamente acusadas y juzgadas; víctimas de la murmuración, los celos y la envidia. Personas que descubrieron a Jesús como al verdadero tesoro y apostaron fielmente por seguirle. Personas supieron servir humildemente  a sus hermanos especialmente los más vulnerables de cada época, raza y lugar. Líderes por su santidad, unos los recordamos por ser santos de madera policromada, otros desconocidos por selo de la cotidianidad. Todos dignos de recibir la corona de victoria sin fin porque el Señor les dice “conozco tus obras, y he abierto una puerta ante ti que nadie puede cerrar. Ya sé que tienes poco poder, pero pusiste en práctica mi palabra y no renegaste de mí” Ap 3,7.

¿Y los santos de Haití?

En fin…
Abrazos sostenidos y felicidad en vuestro ser líderes, auqnue sea de uno mismo.

La Tortuga

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