No es lo mismo una “caos
organizado” que una “organización caótica”. Al menos para mí. Y mi experiencia
de hoy ha sido, ni más ni menos, impresionante!!!!
Hay que ponerse en mi piel, sé
que lo harás. Viaje desde Puerto
Príncipe a la isla de La Tortuga. Viaje compartido con el H. Anndy Jean Pierre,
buen guía.
Hay varias maneras de viajar
desde Puerto Príncipe a Puerto de Paz. Con el bus de los que tienen más
posibles: un asiento por persona, aire acondicionado… y el “bus” más…
limitadito… Por el horario hemos tomado este último. A pesar que siempre me
habían recomendado evitarlo… teníamos prisa por llegar puesto que mañana lunes
es la fiesta del Colegio. San miguel Febres.
A las 6 de la mañana ya estábamos
sentados en el bus. Primera fila por madrugadores. Pensaba que salía a las 6 finalmente
empezó a arrancar a las 07’32 h. El “caos organizado” lo comprenderéis fácilmente:
sale cuando está lleno. El otro ocupante, con quien compartíamos asiento los
dos, había sido aún más madrugador. Con razón sus cabezadas posteriores iban a
parar a mi hombro derecho. Yo ocupé la zona central del asiento compartido. Al
menos mis posaderas tuvieron acomodo todo el viaje. El pobre Anndy no pudo
decir lo mismo… a pesar de que le ofrecí intercambiar posición en varias
ocasiones… prefirió que yo estuviera más cómodo. Lo tengo claro.
Mientras me dediqué a observar,
preguntar… comentar. ¿El qué? Pues ese “caos organizado”. La manera,
aparentemente agresiva, de conseguir “clientes” y llenar lo más rápido posible.
Había varios autobuses para el mismo destino. Desconozco si tienen algún nombre
especial, cuánto ganan por ello… pero me he divertido viendo a un grupo de unas
7 personas que, cada vez que veían a un “posible” cliente se lanzaban a por él
o a por ella… empujones, gritos… aparentes peleas para ver “quien se llevaba el
gato al agua”… finalmente. Lo curioso, una vez que el cliente elegía el autobús…
¡Todos tan amigos y a por otro!
Durante la espera… me sentí como
cliente en unos “grandes almacenes”, un “Corte Inglés” ambulante con música, a
tope, incluida. No paraban de subir al autobús u ofrecer sus productos por la
ventanilla todo un sinfín de “vendedores/as aguerridos/as” con más paciencia
que Job. Toallas para el sudor, gafas de sol, llaveros, sandalias, cargadores
de teléfono, libros, cds… todo tipo de productos alimenticios, bebidas incluso
alcohólicas… incluso un “hombre teléfono” por si alguien necesitaba llamar o
recargar su tarjeta móvil… Vender, lo que se dice vender… más bien poco, pero
insistir y ofrecer fue un constante goteo.
A las 7,32 h, tal como he
escrito, el bus se pon ía en marcha ¡por fin!. Quedan por delante 6 horas de
camino. Amo y señor de la carretera, por volumen y velocidad, iba sorteando
todo tipo de situaciones: controles policiales, tráfico y personas… eso sí,
siempre avisando. El conductor tiene un auxiliar encargado de tocar el claxon por
aquello de “quien avisa no es traidor”.
Sabía que corrían pero ¡tanto!...
Lo cierto es que, en todo el
viaje, sólo tuvimos un amago peligroso. Me acordé de Ismael y de Pepe, el
antiguo chofer del Colegio de Palma y del Aspirantado de Pont d’Inca. En una
ocasión que nos fallaron los frenos… dijo… “¡He visto los… al diablo!” Pues también
se los vi yo cuando en un momento tuvimos que esquivar a un dubitativo furgón
que de repente hizo el amago de querer girar hacia la izquierda sin previo
aviso… la pericia del conductor evito males mayores.
Por lo demás, mientras tuvimos
asfalto, todo bien. Bueno excepto la cantinela constante de otro “vendedor
ambulante” que, durante dos horas, no paró de ofrecer a grito pelado y en medio
del bus, sus productos. ¿Qué vendía? Pues medicinas de todo tipo y “productos
de belleza”. Iba cantando sus milagrosos productos. Ignoro si vendió alguno. A
las dos horas bajó ¡qué alivio! Para tomar otro autobús en dirección contraria.
A mitad camino, en Govaines,
parada de media hora para comer algo. Tres perritos calientes, ensalada y
banana frita fue mi elección. Picante pero bueno. ¡Pan bendito! Ah y una
limonada. Mientras, un montón de niños y de gente tullida… gritando ¡blanco,
blanco… ¿qué me das? Y más vendedores ofreciendo sus productos.
Proseguimos viaje, el tramo más
duro del camino pues ya no hay carretera asfaltada. Por tanto ya podéis
imaginar: saltos continuos y polvo. Mucho polvo. Como la puerta de entrada estaba
rota la teníamos abierta y agarrada por una cuerda y estando sentados en la
primera fila no fue posible evitar acumularlo en mi mochila y en nuestras
personas. Ahora sé muy bien lo qué es el polvo del camino.
Disfruté del paisaje. Unas veces
árido y otras exuberantemente verde. Atravesamos montañas, ríos… zona de
cultivo de arroz, otras que ni los cardos crecen… campos de bananas. Por
cierto, la última parada fue en uno de ellos para… que, con la mayor rapidez
posible y quien lo necesitara pudiera “pisear”… ¡Ala todos a la búsqueda de un
buen banano!
La ventaja de este “rey de la
carretera” es que tarda casi 4 horas menos que el bus de los “ricos” jeje ya
que para él no existen normas de conducción. Tanto le da adelantar en línea
continua (cuando la había) como adelantar a
otro vehículo teniendo otro de frente… ¡que se aparte! Y ¡vaya si se
apartaban!
A las 13 h estábamos en Puerto de
Paz. Nos dejó delante del “puerto” y allí, tras sortear la “caza y captura”
como potenciales clientes de algunas de las barcas, nos subimos a la que iba
directo a Cayón que es el puerto más cercano a casa. Sólo tuvimos que esperar 8
minutos para que la vela y el motor pusiera rumbo a La Tortuga que ya divisamos
enseguida. Buena mar. En mi pensamiento: lo que estarían haciendo mis amigos en
España. Seguro que Jorge estaría de fiesta… ¡como tantos! Jeje. La conversación,
siempre a grito, fue la tragedia de la semana pasada. El hundimiento de una
barca por causas aún desconocidas con muertes y desaparición de la mayoría de
ocupantes. Se salvó, gracias a Dios, el padre de nuestra actual y joven
cocinera. ¡sabía nadar!
La Salle-Fátima de Puerto de Paz con tejado rojo y al fondo la Tortuga |
A las 14’30 estábamos en La
Tortuga. ¡Todo un record! Nos esperaba el H. Bouzi, saludos y abrazos,
discusiones para ver quien se subía a nuestra furgoneta… y hacia casa con las
paradas oportunas para que “nuestros okupas” pudieran ir bajando sin peligro en
la medida que llegaban cerca de sus casas.
Lo más bonito el recibimiento que
me hizo Boby, nuestro perro pequeño. Saltos, gemidos de alegría, me lamía…
Indiscutiblemente me echaba de menos. Yo también.
Son las 3’25 hora haitiana, las 9’35
en España. Me he levantado con la esperanza de tener wifi. Mala suerte, ha
durado poco. Entraré en el blog cuando las “señales de humo” lo permitan.
Mientras…
Abrazos sostenidos y felicidad
para quienes este fin de semana han viajando por asfalto bien conservado y
tierra firme.
Desde mi Ítaca-Tortuga
Quina gran aventura Rafel!! Si vares arribar be és el que conta. Per cert, si veus un pi aprop no pugis!! jeje ;)
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