Es sábado, tiempo para prepararnos interiormente al fin de semana.
Como casi siempre, comparto el comentario de Enrique.
Que no sea un fin de semana más... busquemos tiempos de silencio. La madrugada es tiempo de salvación, un excepcional momento para la oración, el silencio... que son fundamentales para dar sentido a nuestro compromiso en favor de los demás, especialmente de los más vulnerables.
Y, sí, lo digo desde mi experiencia.
Y, sí, lo digo desde mi experiencia.
Evangelio de Marcos 1, 29-39
"En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan
a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y
se lo dijeron. Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Y la fiebre la
dejó y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y
poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos
enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los
demonios lo conocían no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a
orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca.
Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también
allí; que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando
los demonios".
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EL TESORO DEL SILENCIO
En Jesús encontramos a un hombre que articula admirablemente la
actividad y el recogimiento, el encuentro y la soledad, la palabra y el silencio.
Los textos nos dicen que solía retirarse “de madrugada, al descampado,
a orar”. Nos gustaría conocer cómo vivía esos tiempos de silencio y de oración.
Con todo, no parece difícil imaginar que para alguien que se sabe uno con el
Padre (“El Padre y yo somos uno”: Jn 10,30), el silencio no sería sino una
experiencia de abismarse en aquella Unidad que todo lo trasciende y, a la vez,
todo lo abraza.
Más allá de las palabras y de los conceptos, la oración podría ser un
permanecer en el Vacío que es Plenitud, aquel Fondo sin fondo de donde todo
está brotando en permanencia, sin ningún tipo de separación, y que el propio
Jesús llamaba “Abbá” (Padre).
Es la oración en la que se produce la admirable paradoja de que cuanto
más “desapareces”, más te encuentras: cae la forma (el yo), brilla la identidad
(la pura Consciencia). Por esa razón, los místicos –Jesús incluido- han sabido
que el auténtico conocimiento de sí desemboca en el olvido de sí.
Etty Hillesum, aquella joven extraordinaria que fue ejecutada, a los
veintinueve años, en el campo de concentración de Auschwitz, lo expresaba con
estas palabras: “Descansar dentro de sí. Y así es, seguramente, como mejor se expresa mi estado de ánimo: descanso dentro de mí. Y ese ser yo misma, lo
más profundo y rico de mí, mi Descanso, lo llamo Dios”.
En cualquier caso, la sabiduría nace del silencio. El silencio es el camino
de la lucidez y de la sabiduría, el único modo de llegar a la verdad que es
inaccesible para el pensamiento racional que no puede salir de la realidad
aparente. “Para llegar adonde no sabes –advertía aquel maestro del silencio
que fue Juan de la Cruz-, debes venir por donde no sabes”.
La mente nos mantiene en el mundo de lo objetivable (lo conocido) y nos impide salir de la creencia errónea de la separación. Solo el silencio de la
mente (del yo) nos permite sortear esa trampa y abrirnos a la verdad profunda
de lo que es.
A pesar de los miedos iniciales –consecuencia de habernos vivido
alejados de nosotros mismos-, es probable que, a no tardar mucho, el silencio
nos enamore: porque tiene capacidad de restaurar y de aquietar. Pero, sobre
todo, porque el Silencio es nuestra casa, nuestra identidad última.
Abrazo sostenidos y feliz "finde".
Puerto Príncipe 2015
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