De desierto y de tentaciones... de fieras y de ángeles... Como Jesús, también nosotros necesitamos tiempos de desierto, nos ayudan a resituarnos, a encontrarnos con lo más profundo de uno mismo. Lógicamente no somos inmunes a la tentaciones que, con frecuencia, nos echan un pulso a ver que consiguen de nosotros... ¿Sucumbimos a ellas? Nada que Jesús no experimentara también. Cada uno sabe, cada uno conoce cuáles son las más frecuentes en la vida de uno... En el contexto de la Cuaresma, resuena con más fuerza lo de "Convertíos y creed en la Buena Noticia"... Porque también va de ángeles, de capacidad para optar por lo bueno, por lo sano, por lo santo... ¿Cómo lo llevamos?
Evangelio de Marcos 1, 12-15
Se quedó en el desierto cuarenta días,
dejándose tentar por Satanás; vivía entre las fieras y los ángeles le servían.
Cuando
arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios;
decía:
¾ Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios.
Convertíos y creed la Buena Noticia.
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FIERAS Y ÁNGELES
En
todo proceso de crecimiento –y más, en los periodos críticos del mismo- hacen
acto de presencia las “fieras” y los “ángeles”.
Así
es como cataloga la mente las experiencias que acontecen cuando nos adentramos
en nuestro mundo interior. Sin embargo, unas y otros son maestros por igual en
el proceso. Y pueden ser externos o internos.
Las
“fieras” (o “demonios”) son aquellas circunstancias exteriores que nos frustran
y, sobre todo, aquel material psíquico que no hemos reconocido o aceptado en
nuestro interior. Es la “sombra” que
vamos arrastrando –y que continúa asustándonos- hasta que no la reconocemos y
abrazamos abiertamente en su totalidad.
Los
“ángeles” son los consuelos –también externos e internos- que aparecen en
nuestro camino, en forma de paz, de luz, de comprensión, de fortaleza, de amor…
Decía
que demonios y ángeles cumplen su cometido. Los primeros nos “obligan” a
avanzar hacia nuestra verdad profunda, sacándonos de la superficie, o tal vez de
la “zona de confort”, en la que nos habíamos instalado, conformándonos con
vegetar.
El
crecimiento implica que abracemos toda nuestra verdad, también aquella que nos
aparece bajo disfraces temerosos, como el miedo, la soledad, la tristeza, la
angustia… Lidiar con tales “fieras” requiere que seamos capaces de mirarlas a
los ojos, con comprensión y paciencia, y mucho afecto hacia nosotros mismos,
hasta experimentar cómo el abrazo termina por deshacerlas.
El
abrazo es precisamente uno de esos “ángeles” que nos aportan luz y fortaleza.
Cuando, gracias a él, dejamos de rechazarlas y de resistirlas, notamos cómo se
ha expandido la luz y la fortaleza en nuestro interior: nos percibimos más
unificados y armoniosos.
Decía
la beguina Hildegard von Bingen que “la
tarea más hermosa de la persona es convertir nuestros sufrimientos en perlas”.
Eso es lo que sucede gracias al abrazo de toda nuestra verdad.
Y,
quizás, la actitud que más favorezca toda esa tarea sea la aceptar lo que aparece y amar
lo que es.
La
aceptación no tiene nada que ver con la resignación ni, mucho menos, con la
claudicación. Aceptar es, sencillamente, reconocer
lo que hay y dejar de negarlo o resistirlo. Pero será más eficaz todavía si
se trata, no solo de una aceptación fría, sino de una actitud lúcida de amar lo que es.
Al
amar lo que es, nos alineamos con el momento presente, se acaba toda
resistencia, se deshace la frustración y el victimismo provenientes de que “esto no debería ser así”… y emerge la
reconciliación: el “ángel del consuelo”.
Cuando
amamos lo que es, cesa el temor y la resistencia inútil. Nos alineamos con lo
Real…, hemos llegado a Casa.
Abrazos sostenidos y feliz fin de semana. Yo a punto de salir hacia Cuba
Puerto Príncipe
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