“¡En vida, hermano, en vida!” decía la escritora Ana María Rabatté
refiriéndose al momento en el que debemos prodigar y demostrar el amor y a las
buenas intenciones. Y es que en la vida muchas veces llegamos ¿tarde? Nuca
vemos el momento de expresar, compartir… los buenos sentimientos que anidan en
nuestro corazón, porque los hay. Pero a veces las prisas, los ajetreos… las
envidias y los celos… o el carácter… se nos convierten en perfectas
justificaciones para mantenernos en una actitud
digamos “poco afectuosa”.
“Dos sapos estaban en la orilla de un estanque. De repente, vieron una
luciérnaga que volaba cerca de ellos; uno de los sapos le fijo al otro:
-
¿Qué le ves? ¡Nosotros no comemos luciérnagas!
Pero el sapo seguía mirando a la luciérnaga. Nuevamente, su compañero
le preguntó:
-
¿Qué le ves?
-
Nada –contestó el sapo-
Al día siguiente, apareció otra vez la luciérnaga y el sapo la atrapó
con la boca, la mastico y la escupió.
-
Pero ¿qué hiciste? – pregunto el otro sapo
alarmado - ¿Por qué la mataste?
-
¡Porque brilla!”
Los brillos en la vida a veces nos pueden jugar malas pasadas. El
brillo que emitimos o los brillos de los demás pueden dañar los ojos sensibles
e irritables de los “sapos” que nos rodean. Especialmente cuando no miramos con
los ojos del afecto. A veces cuando queremos demostrar los afectos ya es
demasiado tarde.
Nunca demos
por sabido que la gente conoce nuestro aprecio, nuestro amor por ella. Nunca
nos pasaremos en demostrar al otro sus cualidades, reconocer sus méritos y
valores, resaltar los positivo “sus brillos”… y hagámoslo cuando ello puede
“levantar al otro” ¡En vida, hermano, en vida!
Todos necesitamos sentirnos y sabernos valorados, queridos, amados. Lo
necesitamos escuchar aunque nos ruborice, expresarlo con palabras y gestos… sin
“ir a por el brillo”. Todos necesitamos, consciente o inconscientemente,
afecto, muestras de ternura, cariño, aceptación… incluso los más duros de
corazón. Ya lo profetizaba Ezequiel: “Yo
os daré un solo corazón y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. Y quitaré
de su carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” Ez 11,19
Facundo Cabral escribía. “Cualquiera
puede ser mejor si se lo propone…” La cuestión está en cómo trabajamos lo
que anida en nuestro corazón y nos impide ser personas más afectuosas con los
demás. Otro mundo tendríamos si lo consiguiéramos. “Brille así vuestra luz…” encontramos en Mateo 5,16. Cuidemos
nuestra mirada, humanicemos nuestros gestos, sintámonos más cercanos,
pongámonos en la piel del otro porque, como afirma Helen Keller, que nació
ciega y sorda, “la persona realmente
patética es aquella que tiene la vista pero no la visión”.
Que nos sirva para orar o meditar, según cada uno vea:
Señor:
Deshaz en mí
todo aquello que necesite ser deshecho.
Corrige mi
esperanza de ser enmendado.
Úsame. Saca de mí cada ápice de creatividad.
Ayúdame a vivir una vida radicalmente extraordinaria,
forjando siempre un camino jamás-antes-transitado en el bosque.
Enséñame cómo amar con más profundidad,
como nunca antes creí que fuera posible.
Cualquier cosa de la que siga huyendo,
síguemela mostrando con absoluta evidencia.
Cualquier cosa con la que siga en conflicto,
ayúdame a suavizarme en ella,
a relajarme en ella, a abrazarla completamente.
En donde mi corazón continúe cerrado,
muéstrame la forma de abrirlo sin recurrir a la violencia.
Todo aquello
a lo que me siga aferrando, ayúdame a dejarlo ir.
Regálame desafíos, luchas y obstáculos aparentemente insuperables,
si crees que eso me ayude a tener una más profunda humildad
y confianza en la inteligencia de la vida.
Ayúdame a
reírme de mi propia seriedad.
Permíteme
encontrar el humor en los lugares más oscuros.
Muéstrame un
profundo sentido de descanso en medio de cada tormenta.
No me libres
de la verdad. Nunca.
Deja que la
gratitud sea mi guía.
Deja que el
perdón sea mi mantra.
Deja que
este momento sea mi eterna compañía.
Permíteme
ver tu rostro en cada rostro.
Permíteme
sentir tu cálida presencia en mi propia presencia.
Sostenme
cuando tropiece.
Respírame
cuando yo no pueda respirar.
Permíteme
morir viviendo, no vivir muriendo.
Amén.
Abrazos sostenidos y trabajar nuestra felicidad. ¡Qué brillen nuestros
afectos! Termina la Cuaresma ¿para qué me ha servido?
La Tortuga
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