¿Y nosotros condenamos? ¿Preferimos la luz o las tinieblas? ¿Qué me dices? Toca buscar un tiempo personal para ti... yo ya lo he hecho.
Evangelio de Juan 3, 14-21
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
- Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así
tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga
vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a
su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que
tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo
para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no será condenado;
el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo
único de Dios.
Ésta es la causa de la condenación: que
la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque
sus obras eran malas.
Pues todo el que obra perversamente
detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que realiza la verdad se
acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
******
LA BIBLIA NO HA CAÍDO DEL CIELO
Desde un punto
de vista literario, el capítulo 3 del evangelio de Juan es un auténtico
rompecabezas. Lo cual indica que este texto no es producto de una redacción
momentánea, ni obra de un único autor. Durante
un tiempo prolongado, se fueron añadiendo reflexiones que surgían en medio de
la comunidad, y que algún nuevo glosador yuxtaponía al texto original.
Entre
esa serie de yuxtaposiciones, el autor trae la imagen de Moisés levantando la
serpiente en el desierto. Para el pueblo judío, la imagen de la serpiente
recordaba, a la vez, las quejas del pueblo y la misericordia de Yhwh. Tal como
se narra en el Libro de los Números (21,4-9), ante la dureza de la marcha a
través del desierto, el pueblo empezó a murmurar contra Moisés y contra Yhwh,
que envió serpientes venenosas cuya mordedura les provocaba la muerte. Tras el
arrepentimiento y la intercesión de Moisés, este recibió el encargo de colocar
una serpiente de bronce sobre un asta: bastaba mirarla, para quedar curado del
veneno mortal.
Se
trata, evidentemente, de un relato mítico,
que solo puede ser aceptado literalmente desde una consciencia mítica, como la
que tiene el niño entre los 3 y 7 años, o la que vivió la humanidad entre,
aproximadamente, los años 10.000 y 1.000 antes de nuestra era.
Es
obvio que también, en la actualidad, pervive la consciencia mítica en no pocas
mentes humanas: eso explica que, tanto en el nivel de la religión como en el de
los nacionalismos, se mantengan creencias que, vistas desde otro nivel
(simplemente, el “racional”), parezcan cuentos de niños.
Particularmente
en el campo de la religión, es más fácil quedar anclados en ese nivel de
consciencia –aunque la misma persona, en otros sectores de su vida, pueda tener
actitudes postmodernas-, debido al hecho de que los textos sagrados se han entendido literalmente, como si en su
misma formulación hubieran caído del cielo, revelados por Dios.
A partir de ese concepto de “revelación”,
centrado en el literalismo, el creyente no se atreve a reconocer el carácter
histórico, condicionado y, por tanto, relativo de esos textos, por lo que
los sigue repitiendo de una manera mecánica, sin el menor cuestionamiento.
Quizás inconscientemente, en este terreno –no así en otros de su existencia
cotidiana-, está renunciando a hacer uso de una consciencia más ampliada, que
le proporcionaría otra lectura más adecuada y, por ello mismo, liberadora.
Pero en el
tema concreto que nos ocupa, hay más: una idea
mágica de la salvación, que marcaría dolorosamente la consciencia colectiva
cristiana durante más de un milenio. Así como el pueblo judío pudo creer que
bastaba mirar a una serpiente de bronce para quedar curado de la mordedura
venenosa, de un modo similar, durante
siglos, muchos cristianos pensaron (piensan) que la salvación venía producida
por la muerte de Jesús en la cruz.
Quiero
insistir en el hecho de que, mientras alguien se halla en ese nivel de
consciencia, tal lectura es asumida sin dificultad. Lo cual no quiere decir que
no contenga consecuencias sumamente peligrosas, entre las que habría que
apuntar las siguientes:
· imagen de un dios ofendido y vengativo hasta el
extremo;
· idea de un intervencionismo divino, arbitrario y
desde “fuera”;
·
idea de una pecaminosidad universal, previa
incluso a cualquier decisión personal (creencia en el “pecado original”);
·
instauración de un sentimiento de culpabilidad,
hasta alcanzar límites patológicos;
·
creencia en una salvación “mágica”, producida
desde el exterior.
Con esta
lectura literalista, se dejan sentadas las bases de toda la “doctrina de la
expiación”. Sin embargo, es posible otra lectura que, reconociendo el carácter
“situado” y, por tanto, inevitablemente relativo de los textos sagrados, accede
a un nivel de mayor comprensión y libera al creyente de tener que seguir
aferrado a un pensamiento mágico o mítico que, por la propia evolución de la
consciencia le resulta ya, no solo insostenible, sino perjudicial.
Desde esta
nueva lectura, el cristiano sigue fijando su mirada en Jesús, y en Jesús
crucificado. Pero ya no es una mirada
infantil ni infantilizante. Ahora ve en Jesús y en su destino –provocado
por la injusticia de la autoridad de turno- lo que es el paradigma de una vida completamente realizada: fiel y entregada
hasta el final. Por ese motivo, el hecho de “mirar la cruz” empieza a ser
ya salvador: nos hace descubrir en qué
consiste ser persona.
Abrazos sostenidos y feliz fin de semana.
La Tortuga
No hay comentarios:
Publicar un comentario