miércoles, 25 de marzo de 2015

PREPARANDO FIN DE SEMANA

Llega el Domingo de ramos, con él el inicio de la Semana Santa. Días de intensa espiritualidad para unos y de vacaciones para otros, los más. ¿Qué vas hacer en estos días? Por si no te da tiempo o por si tus opciones son otras, te dejo con el Evangelio y una reflexión, intensa.
 ¡Vaya juicio!
En esta Semana recordaremos el “¡Todo se ha cumplido! ¡Celebramos la plenitud! ¡El sentido!



Evangelio de Marcos 15, 1-39

         Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
         Pilato le preguntó:
         - ¿Eres tú el rey de los judíos?
         Él respondió:
         - Tú lo dices.
         Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
         Pilato le preguntó de nuevo:
         - ¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.
         Jesús no contestó nada más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
         Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.
         Pilato les contestó:
         - ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
         Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.
         Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.
         Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
         - ¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
         Ellos gritaron de nuevo:
         - Crucifícalo.
         Pilato les dijo:
         - Pues ¿qué mal ha hecho?
         Ellos gritaron más fuerte:
         - Crucifícalo.
         Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
         Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:



         - ¡Salve, rey de los judíos!
         Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.
         Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
         Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de “La Calavera”), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.
         Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: “Lo consideraron como un malhechor”.
         Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
         - ¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
         Los sumos sacerdotes se burlaban también de él diciendo:
         - A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
         También los que estaban crucificados con él lo insultaban.
         Al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
         - Eloí, Eloí, lamá sabaktaní. (Que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?).
         Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
         - Mira, está llamando a Elías.
         Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
         - Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
         Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
         El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
         El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
         - Realmente este hombre era Hijo de Dios.

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PALABRAS DEL CRUCIFICADO

         Marcos pone una sola frase en labios del Jesús moribundo: “Dios mío, Dios, ¿por qué me has abandonado?”.

         Son siete las expresiones que los cuatro evangelios atribuyen al crucificado. Sin duda, se trata de las diferentes interpretaciones que cada evangelista dio a la muerte de Jesús, en línea con la que fuera su propia vivencia y los acentos de su propia teología.

         De hecho, no nos consta que hubiera ningún discípulo en el momento de la ejecución (la presencia del “discípulo amado”, en el cuarto evangelio, parece que juega un papel puramente simbólico). Por otro lado, no es fácil que un crucificado, a quien le faltaba el aire como consecuencia del propio suplicio, pudiera hablar y, en todo caso, parece impensable que alguien pudiera escucharlo, ya que los soldados solían mantener a la gente a una gran distancia de los condenados.

         Todo ello nos hace pensar que fueron los evangelistas los que, con las expresiones utilizadas, trataron de subrayar, en los últimos momentos de la existencia de Jesús, aquellos aspectos que les parecieron más relevantes.

         Veamos, una por una, esas siete expresiones.


1.    Eloí, Eloí, lemá sabaktani (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”) (Mc 15,34; Mt 27,46). Es la única frase que aparece en Marcos y (más tarde) en Mateo. Se trata, en realidad, del inicio del Salmo 22 (21), a cuya luz Marcos escribió el relato de la crucifixión. Al utilizar este salmo, Marcos interpreta la muerte de Jesús en clave de confianza, que surge tras el grito inicial de abandono, tal como confirma la lectura completa del propio salmo.

Lucas ofrece tres expresiones, con las que subraya el perdón de Jesús, su misericordia como fuente de vida y la confianza última.


2.    Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34).
Es lo que había vivido y proclamado durante toda su vida: el amor-perdón. Y así revela a Dios como el que dis-culpa. El “juez” es en realidad nuestro abogado.



3.    Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc 23,43).
Paradoja: el moribundo que da vida. Dios es siempre Dios de vida, ama la vida. Basta insinuar: “Señor, acuérdate de mí…”, para que la Vida se abra camino. Y eso en el “hoy” de Dios que, en Lucas, significa el presente siempre actual.




4.    Padre, a tus manos confío mi espíritu (Lc 23,46). Lucas tiene interés en subrayar que Jesús muere como había vivido: anclado en la confianza. Una confianza que está siempre a salvo: la muerte misma no es sino el “paso” a la Vida de Dios.

Juan presenta también tres expresiones, características de su propia teología:


5.    Mujer, ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre (Jn 19,26-27). Constituye la escena central de este pasaje de la crucifixión. La “mujer” es imagen de la “Hija de Sión”, verdadero Israel, madre de la Iglesia, que ve reunirse a sus hijos a su alrededor, representados en la figura del “discípulo amado”. Se advierte un paralelismo con las bodas mesiánicas de Caná, incluso en los términos empleados: “madre de Jesús”, “mujer”, “hora”… El “discípulo amado” representa a los creyentes. El Israel fiel y el nuevo pueblo son llamados a recibirse mutuamente.



6.    Tengo sed (Jn 19,28). Es una expresión relacionada con la escena anterior. Y presenta –como casi todo el texto joánico- un doble nivel de lectura: en el nivel histórico, alude a la sed real, que constituía uno de los muchos padecimientos de los crucificados; en el teológico, alude a la “sed” de dar el don del Espíritu.


7.    Todo se ha cumplido (Jn 19,30). En Juan, es un grito de victoria: ha llegado la plenitud. Con la muerte de Jesús, queda definitivamente revelado quién es Dios y qué siente por el ser humano. Para el cuarto evangelio, la misión de Jesús consiste en revelar al Padre: con su muerte, la ha cumplido plenamente.

Abrazos sostenidos y feliz preparación de la semana Santa… hasta nuestra plenitud.
La Tortuga

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